Van Gogh y su siesta
Olfateando llegaron al lugar, apagado y fresco. Lo encontraron todo donde habitaba la simpleza. Siesta, hermosa, sensual.
Él, boca arriba, su espalda en el suelo, sus piernas contra el suelo, sus pies vacíos, desnudos.
Ella descansa sobre su tierra, sobre el. Su oído débil, temeroso, escucha los latidos, los golpes, las idas y vueltas de la sangre presa, de la sangre de su amante, su pasión, su motor. Sus ojos cerrados, viendo lo invisible. Sus manos juntas besando el pecho vecino. Sus manos, almohadas.
El sombrero los guarda del mundo, sus ojos viven ahora, bajo resguardo.
El prado se incendia, el sol viola al mundo.
El pecho se abre recibiendo inmensas bocanadas de aire, mirando al cielo, mirando más allá. Su boca muda, analfabeta, entreabierta. Su nariz puerta al mundo, aromas perdidos. Su corazón por fin rebelde, sin jefe, sin cabeza.
Él se mueve, ya es hora, sus ojos se entregan a la luz, su cuerpo se levanta, ahora si, siente sus pies amanecer.